Publicacion en Pegaso, Mayo 1957 |
Por Felipe Elvir Rojas
¡Todos somos pequeños,
Solo la muerte es grande…!
I
Presiento tu guadaña enarbolada
entre tierra y abismo, mar y cielo.
Presiento tu figura descarnada
erguida entre mi sueño y mi desvelo
Traspasando la luz de la alborada
quieres cortar de un tajo mis anhelos.
¡Apártate de mí! Tu mano airada
quiere hundirme en el mundo de los hielos
No ha sonado la hora, vieja amiga.
Aunque es larga y penosa mi fatiga ,
te suplico: No quiero tu reposo.
Quiero vivir un poco. Es muy temprano,
para marchar contigo de la mano
al antro de las sombras tenebroso.
II
¡Oh, Caronte, adusto marinero
con su barca encallada en una orilla
en espera de un viejo pasajero
que yace en el dintel de la agonía!
Yo no soy ¡oh, Caronte! ese viajero
que pide ese pasaje a la sombría
soledad donde el sueño verdadero
es cual falsa careta de alegría.
Tu figura se acerca con su adarga
para iniciar la marcha triste y larga
por un mar que no cabe en la poesía.
Si es verdad que surgimos de la nada,
no me mires. Oh, muerte iluminada.
Yo no quiero marcharme todavía.
Mejía, M.L. (1961). Índice General de Poesía Hondureña (pag 341-342). México: Editora Latinoamericana S.A.
Elvir Rojas, F. (Mayo de 1957). Dístico a la muerte. Pegaso , 21.
Compilado por Sheila Bocanegra, Apreciación Literaria, UNITEC
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